Escuela y educación son conceptos que van íntimamente ligados, ambos se asocian al entorno de la educación formal y hoy deben ser repensados por y para bien de la comunidad educativa, ante una pandemia que impide el retorno a las aulas y sigue frenando el desarrollo cognitivo y socioemocional de millones de estudiantes.
A lo largo del tiempo nos hemos condicionado y adaptado a que la escuela es aquel espacio físico construido por una autoridad gubernamental en la que nos matriculamos para estudiar bajo un plan pedagógico riguroso, curricular y oficialmente establecido, que sirve primordialmente para certificar nuestras habilidades y competencias en el mercado laboral.
Esta ha sido la lógica concebida socialmente de tiempo atrás y que se ha arraigado en el pensamiento colectivo a tal grado que hoy nos resulta casi imposible pensar que la instrucción y la formación no depende necesariamente de tales instituciones.
José Revueltas, reconocido escritor mexicano, autor de Los Días Terrenales, El Apando, entre otras grandes obras, decidió a temprana edad no continuar con sus estudios y seguir con su preparación de manera autodidacta, leyendo y practicando bajo sus propios esquemas, desde una biblioteca.
A esto la ciencia de la educación le denomina metacognición y es la tierra prometida de todo docente que busca potenciar la capacidad de sus estudiantes.
Con ello, no pretendo descartar a la escuela como elemento clave para el desarrollo psicopedagógico, sino impulsar la idea de que la educación no formal es también otra ruta para el desarrollo, y que no ha sido vista como alternativa real en estos momentos pandémicos en los que urge solucionar el daño que ocasiona la inactividad de niños y adolescentes que siguen varados en su hogar.
Ya casi se cumplen dos años de la llegada del virus y con ello del cierre de miles de escuelas sin que hasta ahora se hayan implementado acciones efectivas. Hasta ahora lo único evidente ha sido el paroxismo y pasividad de la autoridad educativa y sindical que siguen preguntándose que hacer, o si regresar o no a clases.
Es notorio que estos casi 17 meses fueron prácticamente desperdiciados pues seguimos en las mismas condiciones que en los inicios de la COVID en México.
Las escuelas que para entonces no contaban con infraestructura sanitaria básica siguen en el abandono; las compras de millones de cubre bocas, gel antibacterial y demás insumos sanitarios que debieron haberse hecho desde antaño para tenerlos disponibles justo ahora no se hicieron; los docentes que presentaban deficiencias en sus habilidades digitales siguen con las mismas carencias; en fin un tiempo valioso totalmente desperdiciado.
La pregunta que deberíamos hacernos mas allá de la de si retornar o no a clases debiera ser mas bien ¿Qué hizo la autoridad educativa y el sindicato de maestros todo este tiempo para solventar tales problemáticas? ¿Qué acciones exitosas identificaron? ¿Cómo subsanaron las deficiencias en infraestructura escolar, en capacitación, en educación virtual? ¿Cuál es el estado actual de aquel diagnostico que presentó hace más de año y medio?
La respuesta es de suponerse, la realidad escolar que tengamos mas cercana es nuestra mejor respuesta…
Ahora bien, en un sentido propositivo no podemos quedarnos en la espiral sin sentido del ¿Regresamos a clase? Como padres de familia, docentes y sociedad es momento de mirar a otros horizontes y replantearnos el modelo escolar y educativo y pensar en nuevas alternativas que permitan brindar educación a nuestros hijos que hoy ven como un montón de adultos no saben que hacer para resolver el entuerto.
Es tiempo de voltear la mirada a la educación informal como una opción temporal y complementaria, como una alternativa que permita soportar los embates pandémicos, y darle una merecida oportunidad a otros esquemas pedagógicos que han resultado exitosos, no para la obtención de papeles impresos (certificados o títulos) sino para el desarrollo intelectual y emocional de la persona, que es el objetivo real de la educación.
Los padres de familia y docentes, que son el vinculo educativo mas cohesionado y con mayor voluntad de seguir adelante, debemos ser los principales actores que sumemos esfuerzos y busquemos estrategias a nivel micro regional que garantice a los niños la posibilidad de continuar con su aprendizaje y evitar seguir desperdiciando tiempo precioso.
Existen muchos experimentos de los cuales aprender. En Sinaloa, por ejemplo, se lanzaron Centros Comunitarios de Aprendizaje que abrieron por decisión comunitaria. En Jalisco se realizaron con éxito asesorías personalizadas. En Veracruz se implementó una preparación de docentes para remediar los aprendizajes fundamentales. En Ciudad de México se puso en marcha un sistema digitalizado de alerta para estudiantes que no habían tenido contacto con sus maestros.
Resulta triste pensar que a estas alturas sigamos envueltos en la dinámica de si regresar o no a clases. Es lógico que la respuesta es negativa, ningún padre querrá arriesgar a su hijo a pesar de que esto sea un mandato presidencial.
Entonces, busquemos juntos estrategias alternativas, extraoficiales incluso que permitan brindar tiempo de calidad a los estudiantes que son los que están sufriendo las consecuencias de nuestra inacción.
Hemos pensado mucho en un proyecto masivo de retorno a clases como si esto fuera la única opción. Es tiempo de mirar otros entornos, pensar diferente y explorar nuevas opciones, cambiar el chip, pues, de lo contrario estaremos atados como aquel elefante del cuento que, pese a haber sido liberado seguía dando vueltas alrededor del poste al que había sido atado.
(Foto: Aristegui.Com)