SR. LÓPEZ
Tía Amelia tuvo 12 hijos varones que le salieron buenos muchachos aunque muy traviesos. Viuda (o dejada, de eso no se hablaba), manejaba su casa con dosis masivas de cariño y la tranca de la puerta del zaguán (encino macizo). Ya muy mayorcita y con todos casados (74 nietos), dijo que cuando los muchachos vivían con ella, les consultaba todas las decisiones que tomaba; la abuela Elena sonrió y le preguntó de dónde venía su fama con la tranca, y muy tranquila, contestó: -Bueno, cuando estaban de acuerdo en lo que yo quería, no había palos -¡ah, bueno!
Gobernar es cosa harto complicada. En la prehistoria el régimen se establecía con sencillez ejemplar: mandaba el cavernario con el garrote más grande, hasta que vencido por la edad o a pedradas, se cambiaba de jefe, sin impugnaciones.
La cosa se enredó desde casi el principio: algunas señoras cavernarias y los más enclenques de la tribu, no iban a corretear mamuts ni a dar mandobles a los vecinos, recolectaban frutos y tenían tiempo para observar la naturaleza, hasta que atando cabos inventaron la agricultura, la relación entre siembra y ciclos del clima ¡ah! y las propiedades curativas de algunas hierbas. De tarugos se lo iban a decir a los macaneros que los traían asoleados (no había derechos humanos): se inventaron la magia (la religión), para explicar sus conocimientos y de paso conseguir algo de respetillo haciéndola de hechiceras y brujos, dueños de secretos transmitidos por la divinidad (-¿Qué creen?… anoche me dijo dios que -y todos a tragar).
Así, junto al jefe Macana Mayor, ya despachaba uno que nomás pensaba y sabía qué, cómo y cuándo sembrar, qué tomar para el dolor de barriga y les pasaba recados de parte de dios (y cada cosecha y cada dolor de muelas curado, confirmaba que sí tenía línea con la divinidad que empezó siendo algo -árbol, montaña, un ciervo- hasta llegar al Sol y el Gran Espíritu a todo dar).
Don Macana Mayor trataba con miramientos a don Brujo porque este tuvo la puntada de decirles a todos que el jefe era jefe por voluntad del gran espíritu o el dios del caso y que si se lo escabechaban les llovía lumbre. ¡A todo dar!
La cosa evolucionó de mandón de caverna, a jefe de tribu, rey y emperador. Mandaba uno, pero como la gente seguía produciendo gente, tuvo que delegar cachitos de poder y nacieron las familias reales. ¡Oook!
Pocos milenios se pudo guardar el secreto de la agricultura y la medicina, de modo que se inventaron cosas más sofisticadas, mitologías y teologías que se metían a machamartillo en los duros cráneos de la plebe (el pueblo bueno) y desde algunos miles de años antes de Cristo, ya la humanidad vivía mareada entre dioses de todos talantes, premios, castigos, mandamientos (para que la gente se comportara) y los que mandaban respaldados por la fuerza bruta, ya siempre tenían cerca a los que pensaban, nomás que ya no todos eran brujos o sacerdotes, para esas alturas había consejeros, visires, primeros ministros, alta burocracia y leyes, porque la gente seguía haciendo gente y hubo de inventarse la ley para reforzar los preceptos religiosos con sentencias de cárcel y penas espeluznantes, al contado, no post mortem.
Todo empezó a despelotarse con el invento de la imprenta. La gente con muchos trabajos, se puso a leer, se regó el conocimiento (¡chin!), y se acabó el cuento del poder de parte de Dios. A las carreras se inventaron las monarquías constitucionales y parlamentarias; pero aumentaba la gente cultivada: se creó la democracia (al principio era una burla y siguió siéndolo hasta hace no tanto, no crea usted), con variantes electorales y participativas, regímenes presidencialistas, semipresidencialistas, parlamentarios, constitucionales, entreverados con dictaduras, triunviratos y zarandajas varias.
En México, por mal que estemos, el mérito es que somos un país muy joven. A palos se gobernaba antes de la conquista. En la colonia, también. Ya independientes en el siglo XIX, nos la pasamos perdiendo territorio y peleándonos entre nosotros (liberales contra conservadores), y todos contra los yanquis y a palos se gobernaba. Empezamos el siglo XX con una dictadura que tenía verdes de envidia a los militarotes sudamericanos y con una revolución que le puso los ojos de plato a la humanidad y sí, aunque menos y con algo de disimulo, a palos se gobernó hasta por ahí de 1970; en 1980, se empezó a abrir el régimen (reforma de Reyes Heroles, entrada de opositores al Congreso) y finalmente, en 1990 se creó el IFE ya ciudadano, y se preparó a bien morir el sistema que estiró la pata en el 2000. O sea, nuestra democracia es una jovencita. No estamos tan mal, digo, en Inglaterra llevan 300 años.
Cierto es que en México, de 500 años acá, entre vaivenes políticos, prevalece la plutocracia, el gobierno de los ricos, que se nos contagió de cleptocracia pues alguna parte al menos de nuestra vida pública se ha criminalizado. Erradicar la corrupción, en serio, implica formar unas cuantas generaciones al hilo que la detesten y no les incomode respetar la ley y pagar impuestos. No es lid de un sexenio ni labor hercúlea de un solo hombre. Vamos bien, no piense que su texto servidor escribe babeando el teclado: en serio, hace poco más de 20 años era un sueño tener elecciones legales; hoy es natural hablar de derechos humanos, respeto a la mujer, cuidado de la ecología y otras no pocas cosas que hubieran movido a risa hace no mucho. No vamos mal.
El próximo 6 de junio tenemos recambio de miles de cargos públicos, tantos, que son casi elecciones generales, pues aunque no se elegirá Presidente, sí se decidirá si continúa de dueño de la Cámara de Diputados y el presupuesto nacional. Las opciones no son ideológicas sino prácticas: ¿seguimos con un gobierno de instituciones o nos reinstalamos en los tiempos del hombre fuerte?… ¿tomamos el riesgo de decidir entre todos o dejamos que todo lo decida una persona?… está en nuestras manos dejar este remedo 4T de democracia de pantalones cortos.