ERNESTO GÓMEZ PANANÁ
El año que recién terminó es, por mucho, el año más complejo en lo que va de este siglo. No solo es la pandemia por COVID-19 por la que en enero la Organización Mundial de la Salud llamó a una acción global, pues tan solo para el 30 de enero, habían ya 10 mil contagios en Wuhan China.
El 2020 fue un año de incertidumbre y caos no solo en materia sanitaria. En enero también vivimos la salida de los ingleses de la Unión Europea; para marzo, el nuevo Coronavirus obligaba a decretar el estado de alarma en Italia, España y Alemania.
Una semana antes de decretarse la emergencia en México, el nueve de marzo, el paro nacional de mujeres cimbró oficinas y empresas: nunca antes una iniciativa de tales alcances.
Para el día 18 de marzo, México registró oficialmente su primer fallecido por COVID-19.
Llegó la Semana Santa y, entre el asombro y el miedo, muchísimas familias permanecieron en casa todo abril, pensando tal vez que, como tantas otras cosas, la moda de la pandemia pasaría y pasaría pronto. Difícilmente alguien imagino los alcances y la duración de este acontecimiento.
En mayo, en los Estados Unidos, se evidenciaron con violencia -y con fuerza- el racismo histórico y normalizado, además de la polarización política enarbolada por el presidente Donald Trump.
En ese mes de mayo las protestas por la muerte de George Floyd en Filadelfia incendiaron vecindarios en varias ciudades norteamericanas: barricadas, enfrentamientos, calles sitiadas y toque de queda, diversos sitios de los Estados Unidos parecían escenarios de alguna de esas películas apocalípticas que se filman en Hollywood. Miles de ciudadanos indignados marchando contra el racismo policial, político y social. Policías y deportistas arrodillándose ante el himno norteamericano como signo de solidaridad con las protestas.
A finales de junio -enmedio de la pandemia-, un fuerte sismo afecta las costas de Oaxaca y días después, en la CdMx, el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana es víctima de un atentado con un nivel de sofisticación sin precedentes en la historia contemporánea de nuestro país.
Días antes, el 16 de junio, se anuncia que la mayor tormenta en 20 años se ha formado en el Sahara y llegará hasta el continente americano.
Durante julio, las cifras de contagio y muerte no dejaron de crecer, como tampoco las protestas raciales y las posturas incendiarias del presidente -y candidato- Trump.
Para inicios de agosto, imágenes infernales nos llegaron desde Líbano, donde casi 3 mil toneladas de nitrato de amonio estallaron y devastaron la ciudad de Beirut.
El 15 de septiembre, por primera ocasión, el Zócalo de la capital del país luce vacío y el Grito de Independencia acontece virtualmente. Nunca antes.
Para finales de septiembre, el planeta alcanzó el millón de muertos por COVID.
No bastando con la aprehensión del ex director de PEMEX Emilio Lozoya en febrero, el 15 de noviembre es detenido en Los Ángeles el ex secretario de la defensa nacional, General Salvador Cienfuegos. Nunca antes.
El 3 de noviembre Joe Biden y Kamala Harris inician un conteo de votos cardíaco para ganar la Casablanca y terminar con la era Trump.
Días después, el sureste del país es presa de inundaciones y mal clima, dejando miles de personas afectadas. Tan solo en Chiapas, más de 50 municipios son declarados en emergencia.
En noviembre el planeta llega al millón de personas contagiadas.
Para el diciembre, la pandemia obliga al cierre la Basílica de Guadalupe -jamás en la historia- y para el 28, cual buena broma de Santos Inocentes, 14 estados sufren un corte de luz también histórico.
El 2020 transcurrió y nos desgastó. Familias sin poder abrazar a sus muertos, familias penando por una cama o un ventilador, familias esmerándose por respetar la cuarentena encerrándose en sus casas.
Pero también familias reuniéndose como si nada, familias viajando y saliendo a la calle por gusto y por inconsciencia. Personas irresponsables abonando a que la curva no solo no se aplane sino que se proyecte hacia arriba con solidez y consistencia.
En la psique de muchos, el fin del calendario permitía sentir cerca el fin de este año apocalíptico.
Ya estamos en 2021 y si las cabañuelas funcionan, lo que viene estremece: En Washington, turbas de simpatizantes de Donal Trump asaltando el Capitolio y obligando al desalojo táctico del vicepresidente Pence; Enfrentamientos a balazos con la policía, la oficina de Nancy Pelosi arrasada por fanáticos del Movimiento MAGA y al final, el aviso de que al cambio de poderes no asistirá el presidente saliente y mientras tanto, los demócratas y buena parte de la clase política norteamericana evalúan su desafuero exprés ante el riesgo de cualquier locura que pudiera ocurrírsele en sus últimos diez días como presidente.
El sábado, en la Ciudad de México, un incendio en la central de control de las líneas del metro movilizó a los cuerpos de emergencia y colapsó la movilidad de miles en la ciudad. Jamás antes una contingencia de estas dimensiones ni de esta duración: Se estiman varios días antes del restablecimiento pleno de la operación de las líneas y estaciones afectadas. Vaya inicio de año. La contingencia que vivimos desde marzo del 2020 no es cosa de unas semanas ni de un par de meses. Pareciera que tampoco es cosa de un año. Los tiempos de la evolución son de más envergadura. Sobrevivamos, reconociéndonos como un grano de arena en el océano.
Oximoronas.
El Galimatías semanal regresa con esta primera colaboración. El 2020, su pandemia, y la vida misma dejaron enseñanzas para quien la escribe. La vida sigue y todos tenemos la oportunidad y el deber de ser mejores. Carpe Diem.